Del desperdicio al recurso: economía circular en la cría de Tenebrios y Zophobas

Del desperdicio al recurso: economía circular en la cría de Tenebrios y Zophobas

Hay algo fascinante en observar un puñado de larvas moviéndose entre el afrecho. A simple vista parecen organismos simples, repitiendo movimientos sin propósito. Pero cuando uno se detiene el tiempo suficiente, comienza a notar un orden oculto, una lógica biológica que trasciende lo individual. Lo que parece un caos es, en realidad, un sistema perfectamente eficiente. Ninguna partícula se desperdicia, ningún recurso se pierde, y cada resto cumple una función. En ese microcosmos silencioso se revela un principio que los humanos olvidamos hace mucho: la naturaleza no produce basura, solo transforma.

Durante años he trabajado con el Tenebrio molitor y la Zophoba morio, y todavía me sorprende su capacidad para cerrar ciclos biológicos sin intervención externa. Son pequeñas máquinas de reciclaje, laboratorios vivos de sostenibilidad. Su comportamiento colectivo, su eficiencia energética y su papel ecológico dentro de los procesos de descomposición los convierten en modelos naturales de lo que hoy llamamos “economía circular”. Pero este término, tan usado en la industria moderna, en realidad describe algo que los insectos practican desde hace millones de años.

La economía circular no nació en una oficina ni en un congreso ambiental. Nació con la vida misma. Desde los primeros organismos unicelulares, la materia se ha reciclado una y otra vez. Lo que un ser expulsa, otro lo aprovecha; lo que muere, alimenta lo que nace. No hay pérdida, solo transformación. Por eso, cuando hablamos de economía circular aplicada a la cría de insectos, no estamos inventando nada nuevo. Solo estamos reconectando con un principio biológico ancestral.

Mi interés por aplicar este concepto en la cría de Tenebrios surgió después de observar miles de ciclos completos dentro del criadero. Al principio, como muchos criadores, veía los subproductos como desechos inevitables: el frass, las mudas, los restos de alimento. Pero con el tiempo comprendí que esos “residuos” eran, en realidad, materia viva en otra etapa del proceso. Nada estaba de más. Cada partícula de afrecho convertido, cada exuvia, cada resto vegetal seco, tenía un destino dentro del sistema. Y fue en ese punto donde entendí que la sostenibilidad no se logra con tecnología, sino con comprensión biológica.

El principio de la economía circular es sencillo de decir pero difícil de aplicar: mantener los recursos en movimiento. En lugar de extraer, usar y desechar, se trata de regenerar, reutilizar y reintroducir. En un criadero de Tenebrios, esto se traduce en algo muy concreto: aprovechar al máximo cada subproducto generado. No hay necesidad de pensar en grandes sistemas industriales; basta con un ciclo biológico bien diseñado, donde todo tenga un propósito.

Comencé experimentando con lo más evidente: el frass. Ese polvo oscuro que se acumula en el fondo de las bandejas no es solo excremento; es una mezcla compleja de materia parcialmente digerida, microorganismos, restos de quitina y minerales. Un material biológicamente activo. Decidí separarlo y probarlo como fertilizante en algunas macetas. Los resultados fueron sorprendentes. Las plantas germinaron más rápido, sus hojas crecieron más verdes y las raíces mostraron un desarrollo vigoroso. Lo que parecía un simple desecho se convirtió en un biofertilizante natural.

Pero la circularidad no se logra con un solo paso. Empecé entonces a observar qué pasaba con los restos vegetales que las larvas no consumían del todo: cáscaras de frutas, trozos de verduras, alimentos resecos. En lugar de desecharlos, los trasladé a una compostera doméstica junto con las mudas y pupas secas. Con el tiempo, las bacterias y lombrices comenzaron su trabajo, transformando ese material en compost rico en nutrientes. Ese compost, mezclado con el frass y algo de tierra usada, se convirtió en una base perfecta para nuevas plantas.

La mezcla fue sencilla pero funcional: una parte de frass, una parte de compost, dos partes de tierra y una de viruta de madera. El frass aportaba nitrógeno, fósforo, potasio y microorganismos benéficos; el compost mejoraba la retención de agua y la estructura del suelo; la tierra servía de soporte mineral; y la viruta mantenía la aireación. Cada componente tenía su rol ecológico y, juntos, creaban un sustrato vivo, capaz de sostener nuevas formas de vida.

Con esa mezcla germiné mis primeras semillas de lenteja. En pocos días los brotes comenzaron a abrirse paso entre la tierra, demostrando que el ciclo funcionaba. No usé fertilizantes comerciales ni productos de laboratorio, solo los recursos del propio sistema. Ver esas plantas crecer alimentadas por los residuos del criadero fue una de las experiencias más reveladoras. Lo que antes consideraba un desecho se había convertido en la base de una nueva vida.

Al madurar, esas mismas plantas se transformaron en alimento para los Tenebrios. Las hojas y vainas secas fueron trituradas y reincorporadas al alimento base. Así, lo que había comenzado como un residuo terminó siendo un insumo. Un ciclo completo. En el proceso, no solo se redujo el desperdicio, sino también el costo de operación. Y lo más importante: se generó un modelo autosuficiente, donde cada parte del sistema retroalimentaba a la otra.

Este es, en esencia, el espíritu de la economía circular aplicada a la biología. No se trata de construir sistemas complicados, sino de permitir que los procesos naturales se expresen de manera controlada. El criador actúa como un observador que guía, no como un interventor que impone. Los Tenebrios hacen el trabajo más importante: transformar residuos vegetales en biomasa útil. Nosotros solo recogemos el resultado y lo reintegramos en el ciclo.

Con el tiempo, fui afinando los detalles. Descubrí que el frass reciente tiene un efecto diferente al frass curado. El primero es más activo microbiólogicamente, ideal para compostaje; el segundo, más estable y útil como abono directo. Aprendí también que las mudas —esas finas cáscaras transparentes que dejan las larvas al crecer— son una fuente interesante de quitina, un compuesto que estimula las defensas naturales de las plantas. Incorporarlas al compost mejora notablemente su calidad biológica.

Otro aspecto interesante es la relación entre la temperatura del criadero y la velocidad de los ciclos. En ambientes más cálidos (25–28 °C), la conversión de alimento a biomasa se acelera, pero también aumenta la producción de frass. En climas más templados, el ciclo es más lento pero más estable. Entender estos ritmos permite sincronizar los flujos de materia: mientras un lote de larvas crece, otro genera el abono que nutrirá las plantas que alimentarán al siguiente. Todo se interconecta.

La economía circular, vista desde este ángulo, deja de ser un concepto teórico para convertirse en una práctica diaria. Cada día, al limpiar las bandejas o separar los estadios, uno está participando de ese flujo constante de transformación. El criador se vuelve parte del ciclo. Y eso cambia completamente la manera de entender el trabajo.

Muchos piensan que la sostenibilidad requiere grandes inversiones, pero la experiencia demuestra lo contrario. Lo esencial es observar, medir y ajustar. Si los Tenebrios reciben un alimento balanceado —a base de cereales, legumbres y restos vegetales secos—, su producción de frass será estable y su eficiencia alimentaria, alta. Si ese frass se reincorpora a la tierra y genera vegetación, el sistema se mantiene. Así, con cada vuelta del ciclo, el criadero se vuelve más productivo y más autónomo.

Desde un punto de vista ecológico, este modelo representa una versión condensada de los ciclos naturales del suelo. En un bosque, los organismos descomponedores —hongos, bacterias, insectos— transforman la materia muerta en nutrientes para las plantas. En un criadero circular, los Tenebrios cumplen esa función de manera controlada. Transforman la biomasa vegetal en proteína, grasa y fertilizante. Todo ocurre a pequeña escala, pero con una eficiencia asombrosa.

El impacto ambiental de un sistema así es mínimo. No genera emisiones significativas, no produce residuos contaminantes y puede mantenerse con recursos locales. Además, el frass tiene propiedades únicas que lo diferencian de otros fertilizantes orgánicos: contiene quitina, que actúa como un elicitor natural en las plantas, activando mecanismos de defensa contra hongos y bacterias. También aporta calcio, magnesio y micronutrientes esenciales. Su aplicación regular mejora la estructura del suelo y promueve la actividad microbiana beneficiosa.

El compost, por su parte, es el espacio donde convergen los restos del criadero con la actividad de microorganismos y lombrices. La lombriz roja californiana, Eisenia foetida, cumple un papel clave en la estabilización del material. Convierte residuos en humus estable, rico en ácidos húmicos y fúlvicos, esenciales para la retención de nutrientes. Cuando ese humus se combina con frass, el resultado es un biofertilizante de altísimo valor agrícola.

Con cada ciclo, la materia orgánica circula. Lo que fue alimento se convierte en excremento, luego en abono, luego en planta, y finalmente vuelve a ser alimento. Es un flujo constante, sin interrupciones. Incluso el polvo que se acumula en los bordes de las bandejas contiene partículas útiles que pueden reincorporarse al compost. Nada se pierde.

Pero más allá del aspecto técnico, este modelo enseña una lección más profunda. La naturaleza no tiene residuos porque no trabaja con la lógica de la prisa ni del descarte. Todo lo que produce está pensado para reintegrarse. Si logramos aplicar ese mismo principio en nuestros sistemas productivos, estaremos dando un paso real hacia la sostenibilidad.

He visto a muchos criadores desechar toneladas de frass sin entender su valor. Otros, queman o botan restos de alimento porque creen que son inútiles. Sin embargo, cada uno de esos materiales representa energía biológica almacenada. En un sistema circular, todo vuelve a tener sentido. Y cuando uno lo comprende, la forma de criar cambia por completo.

Lo más interesante es que este tipo de sistemas no requiere espacio ni infraestructura costosa. Puede aplicarse en criaderos domésticos, en talleres, en pequeñas granjas. Lo único que se necesita es entender el flujo de materia. A partir de ahí, la naturaleza hace el resto.

He repetido muchas veces en el canal que criar Tenebrios no es solo producir insectos: es aprender de ellos. Cada vez que una larva muda, cada vez que transforma un resto vegetal en energía, nos está mostrando cómo funciona la verdadera economía circular. Nosotros solo debemos mirar, interpretar y adaptar.

Si alguien que recién empieza en la cría logra comprender esto, ya tiene la base para mantener un sistema autosuficiente. No necesita comprar fertilizantes, ni gastar en sustratos costosos. Solo necesita observar, recolectar y reutilizar. En ese proceso, no solo ahorra dinero: aprende el valor real de los ciclos naturales.

En última instancia, todo se reduce a una idea sencilla: nada se pierde. Lo que un día fue alimento, mañana será suelo; lo que hoy es frass, mañana será verdor; lo que hoy parece residuo, mañana será vida. Esa es la lección más poderosa que nos dejan los Tenebrios y las Zophobas.

Cada vez que los observo moverse entre el afrecho, pienso en la perfección de su sistema. No hay jerarquías, no hay desperdicio, no hay exceso. Solo flujo, transformación y equilibrio. En ese silencio constante hay una sabiduría que vale más que cualquier teoría: la de un organismo que, sin saberlo, enseña al ser humano cómo vivir de manera sostenible.

Y si algo he aprendido después de tantos años de trabajo, es que criar insectos no solo nos conecta con la biología, sino con una ética distinta: la del aprovechamiento, la de la paciencia, la de entender que todo proceso lleva su tiempo y su propósito.

Así, cuando cierro un ciclo en mi criadero —cuando veo una planta crecer gracias al frass y luego esa planta convertirse en alimento para una nueva generación de larvas—, entiendo que la economía circular no es una idea del futuro. Es una práctica que puede comenzar hoy, en el espacio más pequeño, con los recursos más simples.

Porque los Tenebrios y las Zophobas nos recuerdan algo esencial: la sostenibilidad no se logra acumulando recursos, sino manteniéndolos en movimiento. Lo que para uno es desecho, para otro es alimento. Lo que parece un final, siempre es un comienzo.

Y en ese eterno retorno de la materia, en esa cadena invisible que une la vida y la descomposición, está la verdadera lección que ellos nos dejan. Si aprendemos a observarlos con atención, quizás descubramos que el futuro sostenible que buscamos ya existe, trabajando en silencio dentro de una simple bandeja de afrecho.

Economía Circular y la Crianza de tenebrios y Zophobas en un sólo lugar

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Economía circular aplicada ala cría de Tenebrio molitor y Zophobas morio

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